Después de un largo periodo de excluir-ser- excluido-de, vino la etapa de los shows. Hasta aquí casi todos los intercambios de comunicación eran en forma de pensamiento puro con alguno que otro esbozo de emoción. No había imágenes ni sonido, sólo un juego de ideas, pensamientos abstractos. Lo más concreto que existía era el espacio. No había interacción de fuerzas, el movimiento era sólo esa tenue danza ondulante como un acunante mecerse en el vacío Infinito del Ser Supremo, del pensamiento absoluto. Como un flotar y sumergirse en un océanode serenidad, sintiendo la segura protección de Lo Eterno y lo estático, donde sólo hay Paz. Sólo que al excluirse uno también se excluye de la paz, pero…¡qué ironía!, además de decidir no saber cómo saber también había decidido no saber que podía volver a saber cómo saber.
La etapa de los shows es muy divertida y muy pacífica. Era muy similar a los espectáculos de hoy día: uno o un grupo preparaba una serie de sorpresas que otro u otros u otros grupos contemplaba. Para ese entonces ya estaba muy generalizado el “no saber” y era más fácil no saber que saber. Si los espectadores hubieran decidido saber cuál era la sorpresa, esta no habría sido tal y no habría habido espectáculo. El truco más sencillo era el de hacer aparecer un punto en el espacio. Los espectadores debían adivinar dónde aparecería el punto. Luego venía adivinar cuando desaparecería.
Era muy divertido jugar con el tiempo; los puntos permitieron jugar con él porque ellos permitieron que se pudiera “ver” el tiempo. Luego volvíamos hacia atrás, como en una película invertida. Inclusive nos “tirábamos con tiempo” y con puntos tal como se arrojan serpentinas y papel picado en los carnavales. Al principio solo hacíamos aparecer y desaparecer los puntos, es decir, los creábamos y los des-creábamos.
Luego nos gustó trasladarlos a través del espacio. Esto lo hacíamos creando un punto en un lugar, luego, en el mismo instante en que los des-creábamos creábamos otro punto en la vecindad inmediata al primero y así sucesivamente. Entonces daba la impresión de que el punto se desplazaba en el espacio, como en los carteles luminosos, ¿viste?, pero no era cierto… era mentira, puesto que constantemente estamos creando y des-creando puntos en realidad.
Hasta que a alguien se le ocurrió hacer “durar” el punto. Claro, era fácil crearlo y des-crearlo en el mismo lugar dando la impresión de que persistía (por supuesto que eso era una mentira), pero no era lo mismo que mantener el punto en su lugar. Puesto que sólo era pensamiento, había que hacer algo para que el “pensamiento de un punto” perdurase. Este SER lo logró poniendo su atención permanentemente en la creación, pero así dejó de poner su atención en el espacio en el que operaba (que por otra parte había sido creado por él y por los otros en base a un acuerdo: el acuerdo de dónde y cuál iba a ser el escenario, como cuando los niños ponen una remera hecha un bollo y unas latas para delimitar sus arcos y canchas de fútbol) y él, es decir él como pensamiento, pasó a ser en parte su punto ,lo cual en realidad era mentira, pero tanta era su atención en el punto que él lo creyó y se fue siendo un punto.
Muchos nos asustamos, porque pensamos que él no volvería hacer él, sino que siempre sería un punto, pero nos dimos cuenta que tal vez alguna vez decidiese dejar de ser el punto, de hacerlo durar y vuelva a ser él mismo. En esta etapa comenzamos a “mostrarnos” y a “mirar”. Las comillas van por qué siendo yo pensamiento casi puro no debes interpretar esos términos literalmente: no había un cuerpo para ver o mostrar, sólo puntos creados por nosotros.
Tan compleja llegó a ser la técnica de crear puntos, de moverlos, agruparlos, des-crearlos, compartirlos, arrojarlos, que llegamos a crear cuadros de puntos, formas de puntos, calidades de puntos, con impresiones que percibíamos con lo que ahora podríamos comparar con los sentidos. Tales impresiones eran semejantes a emociones, pero mucho más sutiles, como ondas de estética que generaban belleza.
Imagínate los aromas más exquisitos, los sonidos más dulces, los sabores más excitantes, las sensaciones más sublimes, las imágenes más deslumbrantes… lo que ahora puedas imaginarte resultará tosco y grosero comparado con esas sutilísimas vibraciones estéticas. Ellas producían un irresistible magnetismo que nos atraía hacia los “shows”, tal como un niño (y un adulto, ¿por qué no?) se ve atraído por los kioscos de un parque de diversiones.