SIETE

Hasta entonces era fácil jugar a saber y no saber. Era inocente, divertido; había mucha belleza en el develar misterios creados por mí mismo. Podría ocupar libros enteros contándote los juegos de saber-y-no-saber. Si quieres divertirte con tus amigos, puedes jugar a eso. Es inofensivo, te lo aseguro… hasta cierto punto. También puedes jugarlo solo, pero pronto te aburrirías, porque te darías cuenta que hay muchas cosas que sabes y muchas que no sabes (¿o acaso piensas que lo sabes todo aún?) y tendrías que estar decidiendo constantemente qué saber y qué no saber. Y hasta correrías el riesgo de decidir qué quieres saberlo todo de golpe. Fíjate que no dije simplemente “quieres saberlo todo”. Puedes querer saberlo todo, pero querer saberlo todo de golpe puede doler mucho. No te dañaría realmente,  pero dolería mucho.

En esta etapa hablaba con Dios. Porque yo antes era Él.

Pero ahora yo no sabía todo, por lo tanto no estaba en todas partes sino que “entraba” y “salía” de una porción del infinito cada vez que jugaba a “saber-lo- que-había-dejado-de-saber”. Para no saber todo tuve que limitar la esfera, el espacio en el que lo sabía todo. Era como decir “hasta acá lo sé todo, desde ahí no sé”. Limitar el espacio fue la forma inmediata y más fácil de no saber. Así tenía mi propio universo que no era infinito.También en esta etapa fue cuando empecé a tener problemas.