Tío Miguel, Tía Teresa y sus hijos Héctor y Miguelito. Así estaba formada esa familia.
Tía Teresa era corpulenta. Enorme. Con unos pechos que parecían enormes iglúes. Era cariñosa, pero… ¡ay, cuando se enojaba! Tenía una voz muy potente y hablaba casi gritando. Tenía un enorme lunar en la cara, pero no era fea, era más bien linda de cara.
Tío Miguel…. ¡ah! ¡ese sí que era un hombre bravo!. También corpulento, tenía un taller mecánico al lado de la casa y su voz de trueno hacía temblar la tierra… pero… también era cariñoso. Me acuerdo que siempre besaba en la mejilla con un chasquido estruendoso.
En la parte de atrás de la casa, después de un breve patio, había una escalera que llevaba a unos cuartos pequeños, que no eran habitados por nadie. Uno de ellos, el segundo, estaba atiborrado de revistas de historietas. Y, como ya te habrás imaginado, yo pasaba horas y horas leyendo ahí, igual que en el cuartito atrás del baño de la casa de mi tía Delia.
Con Héctor jugábamos a los cowboys a veces y una vez cavamos una especie de caverna en el fondo de mi casa, sólo por diversión.
Nada más que decir de ellos.
