Andrea también merece un destaque más allá de lo descriptible: Era la chica más vivaracha, simpática, juguetona y encantadora, en todos los sentidos, que ya conocí en toda mi vida. Y eso vale hasta el día de hoy.
El timbre resonante de su voz era una poesía musical en «scherzo», acompañada SIEMPRE por una sonrisa mágica, magnética, y una risa cantarina. Me encantaba estar cerca de ella, pues hacía que la vida pareciese sólo felicidad y alegría.
Ella bromeaba que era «un mes de febrero» (o sea 28 días) mayor que yo, y que por eso yo le debía respeto, así de juguetona era.
Me acuerdo que un día llevó una amiga morena, de nombre Adriana y ella, provocándome me preguntó «-¿Quién te parece más linda, Adriana o yo?» – Y yo, que estaba secretamente enamorado de Andrea, le respondí que Adriana, pero era mentira, aunque Adriana era muy linda también.
Otra amiga de ella que fue un día a la casa fue Paula Mel. Ella era huérfana de madre y su papá, don Atilio Mel era un hombre ceñudo y corpulento.
Para disimular mi pasión por Andrea, me «enamoré» de Paula. O sea inventé uno de mis tantos amores platónicos, fingiendo sinceramente para mí mismo que suspiraba por ella. Y se lo conté a Andrea… para desviar sospechas. Porque yo era el chico más tímido (léase «estúpido», en esa área de la vida) del mundo.
Un día hasta llegué a esperar a Paula en la esquina de su casa durante horas, esperando que regresara del colegio… pero ni siquiera pude verla. Tal vez ese día faltó a clases.
Mi amor por Andrea era TAN grande, que un día hice una de las cosas más estúpidas de mi vida: sin motivo alguno, la insulté. Le dije unas palabras horribles que no me atrevo a reproducir. La reacción de ella fue increíble: se quedó dura, sin responderme. Le contó a la mamá (tía Delia), quien me preguntó por qué había hecho eso, a lo que no supe qué contestar. Pero la increíble reacción de Andrea vino después: HABLÓ CONMIGO SONRIENDO, ¡COMO SI NADA HUBIERA ACONTECIDO! ¡Perdón instantáneo! Eso hizo que la amara aún más, pues nunca había visto en mi corta vida -y nunca vi después, a lo largo de mi vida-, a alguien perdonar una ofensa tan fea, inmediatamente, sin mostrar NUNCA ningún tipo de rencor.
Andrea tenía varias amigas en el barrio. Una de ellas, de nombre Sonia, era muy alegre y dicharachera también. Yo estaba entrando en la preadolescencia y mis hormonas comenzaban a hacer efecto en mi psique. Digo esto porque me llamaba mucho la atención sus senos grandes. Realmente me atraían.
Un día, yo estaba mirando como jugaban a las cartas en la mesa de la sala y Sonia vino por detrás y se apoyó en mi espalda… con sus voluptuosos senos descansando sobre mi cuerpo doblado. Pensé que me iba a morir. De sorpresa, de vergüenza, ¡de placer!
