Su nombre completo era Scott Steven Guhin. Había llegado a la casa de mi tía Delia por intercambio cultural una empresa que se llamaba American Field Service o, por su sigla, AFS.
Yo había postulado ir, así que me inscribí y pasé por todas las pruebas necesarias, inclusive un test de coeficiente intelectual, que me fue tomado en el…¡Borda! (era el manicomio para hombres, en la calle Vieytes)
Pasé todas las pruebas, sólo que no encontraron una familia en Estados Unidos que se adecuase a mi forma de ser, a mi personalidad. (No me gustaba bailar ni ir a fiestas… era mucho de quedarme en casa leyendo…)
Pero, bueno. Scott vino y se quedó tres meses. Comenzó a aprender castellano de a poco y mi tía «Tatata», en su afán de hacerse entender, le gritaba, pensando que así la entendería, a lo cual mi prima Andrea se reía y le explicaba que no por gritarle le iba a entender.
En la casa había un perro pastor alemán, de nombre Troi o Troy. Cuando yo llegaba con mi mamá, de visita, se asomaba corriendo para recibirnos, y también se hizo amigo de Scott.
Dos incidentes graciosos con Scott fueron los siguientes: un día, en la mesa del almuerzo, él, queriendo hacer gala del poco español que había aprendido, quiso decir que pedía alguna cosa, no me acuerdo qué era. Entonces, a boca de jarro él exclamó «-Yo pedo que…. ) y no me acuerdo más lo que dijo o quiso decir, porque todo mundo estalló en carcajadas, para su total desconcierto. Entonces tía Delia le explicó dulce y pacientemente que la forma de conjugar el verbo «pedir» para esa frase era yo «pido», con lo cual él se sonrojó avergonzado.
El otro incidente fue contado «sotto voce», para no avergonzarlo más. Resulta que en Estados Unidos no existe el bidet,

ese práctico elemento que generalmente se instala a la izquierda del inodoro, usado para la higiene de las partes íntimas, después de una deposición. (¡Mira que fino, como lo digo!)
Entonces Scott pensó que el inodoro era para orinar (pues tenía agua) y que el bidet era para… defecar. Y así lo hizo, dejando su producto de la digestión descansando en el fondo del bidet, pues no habría como descargarlo de ahí. Mi tía lo limpió, lógicamente, y le explicó su uso sin constreñirlo.
Una noche, íbamos al club YPF, a divertirnos, con los amigos de Andrea y Marcelo, y Scott, caballerosamente, le ofreció el brazo a mi prima Andrea. Ella lo aceptó y yo morí de celos.
Una tarde, que Scott había salido con mis primos, yo hice algo indebido. Con una enorme curiosidad, hurgué entre sus cosas (él dormía en una cama cerca de la mía y de la de Marcelo, en el primer piso) y leí la carta que estaba mandando a su familia en EEUU. En ella sólo me llamó la atención lo que él escribió sobre mí: que yo le resultaba «molesto» y que no tenía idea de por qué yo aún estaba en la casa de mis primos. Me cayó muy mal leer eso.
