La casa tenía una sala grande y a la derecha de ella dos dormitorios, entre los cuales estaba el baño, con un antebaño que daba a la sala. Del otro lado de la pared que demarcaba el baño y los dos dormitorios había un cuartito atiborrado de revistas de todo tipo. Principalmente historietas.
Ahí pasé horas. MUCHAS horas muchos días, (la falta de coma es intencional) leyendo las historietas de Superman, Linterna Verde, la Mujer Maravilla, Aquaman, Patoruzú, Patoruzito, Locuras de Isidoro y… una increíble serie de revistas titulada «Joyas de la Mitología Griega«, donde leí todo sobre los dioses del Olimpo y sus «historias».
Mi otro pasatiempo era la hamaca. Después de la sala estaba la cocina y, tras ella, el patio trasero en el que había un juego del «Sapo»

y una hamaca:

de ese tipo, sólo que estaba en el patio trasero, antes del parquecito.
Desde aquel «-¡Imichela! ¡Volando, volando! ¡Dos minutos!» (ver aquí) siempre me gustó «volar». Cuando me llevaban a la «calesita» (carroussel, tiovivo, o como quieras llamarla),
Lo que más me gustaba era subirme a los caballitos y a los avioncitos.
En otro momento de mi vida, cuando me llevaban a un parque de diversiones (el «Italpark»), me encantaba ir a la «montaña rusa», donde quedábamos de cabeza abajo por 3 veces.

Ahí yo me imaginaba estar piloteando un «caza» porque mi sueño era ser piloto de caza, cuando creciese. Nunca pasé de los parques de diversiones.
Entonces, en la hamaca, yo imaginaba estar volando, y así pasaba horas balanceándome.
Otra cosa que me fascinaba en la casa de tía Delia era el grabador «Geloso».

Fue mi primera incursión en la tecnología de audio. Grababa, escuchaba, volvía a grabar y así también me pasaba horas.
